El poder infinito de la esperanza


Por el Presidente Dieter F. Uchtdorf
Segundo Consejero de la Primera Presidencia

Estimados hermanos y hermanas y amigos, qué día tan glorioso; hemos sido testigos del anuncio de cinco templos nuevos por nuestro amado profeta. Qué día tan hermoso para todos nosotros.

Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, a mi padre se le reclutó para servir en el ejército alemán y lo enviaron al frente occidental, lo que hizo que mi madre quedara sola al cuidado de nuestra familia. Aunque tenía sólo tres años, aún recuerdo esa época de temor y hambre; vivíamos en Checoslovaquia y, día tras día, la guerra se acercaba más y el peligro aumentaba.

Por fin, durante el frío invierno de 1944, mi madre decidió huir a Alemania donde vivían sus padres. Ella nos abrigó y de alguna manera logró que abordásemos uno de los últimos trenes de refugiados con rumbo hacia el oeste. Viajar en esa época era peligroso; por dondequiera que íbamos, el sonido de las explosiones, los rostros de ansiedad y el hambre constante nos recordaban que estábamos en una zona de guerra.

A lo largo del camino, el tren se detenía de vez en cuando para adquirir provisiones. Una noche, durante una de esas paradas, mi madre bajó rápido del tren en busca de alimentos para sus cuatro hijos. Al regresar, para su gran horror, ¡el tren y sus hijos se habían ido!

La preocupación la consumía y oraciones de desesperación colmaron su corazón. Frenéticamente buscó en la grande y obscura estación de trenes, y con rapidez cruzaba entre las diferentes vías con la esperanza de que el tren aún no hubiese partido.

Tal vez nunca llegue a saber todo lo que pasó por el corazón y la mente de mi madre esa obscura noche al buscar entre una deprimente estación de trenes a sus hijos perdidos. No tengo duda alguna de que estaba aterrorizada y estoy seguro de que pensó que si no encontraba ese tren posiblemente nunca volvería a ver a sus hijos. Sé con certeza que su fe venció su temor y su esperanza venció su desesperación. Ella no era el tipo de mujer que se sentaría a lamentarse de su tragedia. Ella actuó y puso su fe y esperanza en acción.

Por esa razón, corrió entre las vías y los trenes hasta que finalmente encontró nuestro tren, el cual habían movido a una sección alejada de la estación. Allí, por fin, encontró a sus hijos.

Con frecuencia pienso en esa noche y por lo que mi madre debió haber pasado. Si pudiese regresar al pasado y sentarme a su lado, le preguntaría cómo logró salir adelante ante sus temores. Le preguntaría en cuanto a la fe, la esperanza y cómo venció la desesperación.

Aun cuando eso es imposible, tal vez podría sentarme hoy al lado de ustedes y al lado de todo aquel que se sienta desalentado, preocupado o solo. Hoy me gustaría hablarles del infinito poder de la esperanza.

La importancia de la esperanza

La esperanza, junto con la fe y la caridad, constituye una de las tres patas de un banco; las tres estabilizan nuestra vida sin importar los terrenos desnivelados o escabrosos en los que nos encontremos en determinado momento. Las Escrituras son claras y específicas sobre la importancia de la esperanza. El apóstol Pablo enseñó que las Escrituras se escribieron con el propósito de que “tengamos esperanza”1.

La esperanza tiene el poder de colmar nuestra vida con felicidad2. Su ausencia, cuando este deseo del corazón se demora, produce un “tormento del corazón” 3.

La esperanza es un don del Espíritu4; tenemos la esperanza de que, por medio de la expiación de Jesucristo y del poder de Su resurrección, seremos levantados a vida eterna debido a nuestra fe en el Salvador5. Esta clase de esperanza es tanto un principio de promesa al igual que un mandamiento6 y, como con todos los mandamientos, tenemos la responsabilidad de hacerla una parte activa de nuestra vida y superar la tentación de perder la esperanza. La esperanza en el misericordioso plan de felicidad de nuestro Padre Celestial conduce a la paz7, a la misericordia8, al gozo9 y a la alegría10. La esperanza de salvación es semejante a un yelmo protector11; es el fundamento de nuestra fe12, y el ancla de nuestra alma13.

Moroni, en su soledad, aún después de ser testigo de la destrucción total de su pueblo, creía en la esperanza. En el ocaso de la nación nefita, Moroni escribió que sin esperanza no heredaremos el reino de Dios14.

¿Entonces por qué existe la desesperación?

Las Escrituras nos indican que debe haber “oposición en todas las cosas”15; y así también lo es con la fe, la esperanza y la caridad. La duda, la desesperación y el no cuidar a nuestro prójimo nos conducen a la tentación, lo que puede ocasionar que perdamos selectas y valiosas bendiciones.

El adversario se vale de la desesperación para atar el corazón y la mente en una obscuridad agobiante. La desesperación nos despoja de todo lo que es conmovedor y alegre y deja atrás los restos vacíos de lo que la vida debió haber sido. La desesperación mata la aspiración, acelera la enfermedad, contamina el alma y desfallece el corazón. La desesperación es como una escalera que lleva, únicamente y para siempre, hacia abajo.

Por otro lado, la esperanza es como los rayos del sol que se elevan por encima del horizonte de nuestras circunstancias presentes. Penetra en la obscuridad con un brillante amanecer y nos alienta e inspira a poner nuestra confianza en el cuidado amoroso de nuestro eterno Padre Celestial, quien ha preparado el camino para aquellos que buscan la verdad eterna en un mundo de relativismo, de confusión y temor.

Entonces, ¿qué es la esperanza?

Las complejidades del idioma ofrecen diversas variaciones y tonos de la palabra esperanza. Por ejemplo, un niño podría tener la esperanza de recibir un teléfono de juguete; un adolescente podría tener la esperanza de recibir una llamada telefónica de un amigo especial; y un adulto simplemente podría tener la esperanza de que el teléfono dejara de sonar de una vez por todas.

Hoy deseo hablarles de la esperanza que va más allá de lo trivial y que se centra en la Esperanza de Israel16, la gran esperanza de la humanidad, a saber, nuestro Redentor Jesucristo.

La esperanza no es conocimiento17, sino, más bien, es la confianza perdurable de que el Señor cumplirá Sus promesas; es confiar en que si hoy vivimos de acuerdo con las leyes de Dios y las palabras de Sus profetas, recibiremos las bendiciones deseadas en el futuro18; es creer y esperar a que nuestras oraciones sean contestadas; es una expresión de confianza, optimismo, entusiasmo y paciente perseverancia.

En el idioma del Evangelio, esa esperanza es firme, inquebrantable y activa. Los profetas antiguos hablan de una “firme esperanza”19 y una “esperanza viva”20. Es una esperanza glorificar a Dios mediante las buenas obras y por medio de la esperanza viene el gozo y la felicidad21. Con la esperanza podemos “… [tener] paciencia y [soportar]… todas [nuestras] aflicciones”22.

Hay cosas por las que esperamos y cosas en las que tenemos esperanza

Las cosas por las que tenemos esperanza son por lo general acontecimientos futuros. Si sólo pudiéramos ver más allá del horizonte de la vida terrenal lo que nos aguarda después de esta vida. ¿Es posible imaginarse un futuro más glorioso que el que ha sido preparado para nosotros por nuestro Padre Celestial? Gracias al sacrificio de Jesucristo no debemos temer, porque viviremos para siempre, para nunca volver a probar de la muerte 23. Gracias a Su Expiación infinita, podemos ser limpios del pecado y ser santificados ante el tribunal del juicio24. El Salvador es el Autor de nuestra salvación25.

¿Cuál es el tipo de existencia en el que debemos tener esperanza? Aquellos que vengan a Cristo, se arrepientan de sus pecados y vivan en fe; vivirán para siempre en paz. Piensen en el valor de este eterno obsequio. Rodeados por aquellos que amamos, conoceremos el significado de la mayor dicha al progresar en conocimiento y en felicidad. No obstante lo miserable que parezca el capítulo de nuestra vida hoy día, gracias a la vida y al sacrificio de Jesucristo, tendremos la esperanza y la seguridad de que el final del libro de nuestra vida excederá nuestras más grandes expectativas. “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”26.

Las cosas en las que tenemos esperanza nos sustentan en nuestro diario vivir. Éstas nos sostienen durante las pruebas, las tentaciones y los pesares. Todos hemos experimentado el desaliento y la dificultad; de hecho, hay veces que la obscuridad parece ser inaguantable. En esas ocasiones, los divinos principios del Evangelio restaurado en los que tenemos esperanza nos sostienen y nos guían hasta que, una vez más, caminamos en la luz.

Tenemos esperanza en Jesucristo, en la bondad de Dios, en las manifestaciones del Santo Espíritu, en el conocimiento de que las oraciones se escuchan y se contestan. Ya que Dios ha sido fiel y ha guardado Sus promesas en el pasado, podemos tener la esperanza y la confianza de que Dios cumplirá las promesas que nos ha hecho en el presente y en el futuro. En tiempos de aflicción, podremos asirnos fuertemente a la esperanza de que “…todas las cosas obrarán juntamente para [nuestro] bien”27 si seguimos el consejo de los profetas de Dios. Este tipo de esperanza en Dios, Su bondad y Su poder nos renueva con valor durante desafíos difíciles y da fortaleza a quienes se sienten amenazados por los muros sofocantes del temor, de la duda y de la desesperación.

La esperanza nos conduce a buenas obras

Aprendemos a cultivar la esperanza de la misma manera en la que aprendemos a caminar: un paso a la vez. Al estudiar las Escrituras, al hablar con nuestro Padre Celestial a diario, al comprometernos a guardar los mandamientos de Dios, como la Palabra de Sabiduría, y pagar un diezmo íntegro, adquirimos esperanza28. Nuestra capacidad de “[abundar] en esperanza por el poder del Espíritu Santo”29 aumenta al vivir el Evangelio más perfectamente.

Habrá ocasiones en las que debamos tomar la valiente decisión de tener esperanza a pesar de que todo lo que nos rodee sea contrario a esta esperanza. Al igual que el padre Abraham, que “creyó en esperanza contra esperanza”30 o como un escritor lo expresó: “En la profundidad del invierno [encontramos] en [nuestro] interior un verano invencible”31.

La fe, la esperanza y la caridad se complementan entre sí; a medida que una crece, la otra también lo hace. La esperanza viene por la fe32, puesto que sin fe no hay esperanza33. De la misma manera, la esperanza proviene de la fe, porque la fe es “…la certeza de lo que se espera…”34.

La esperanza es esencial tanto para la fe como para la caridad. Cuando la desobediencia, la decepción y la postergación socavan la fe, la esperanza está presente para sostener la fe. Cuando la frustración y la impaciencia desafían a la caridad, la esperanza fortalece nuestra resolución y nos insta a cuidar de nuestro prójimo incluso sin esperar una recompensa. Cuanto más brille nuestra esperanza, mayor será nuestra fe. Cuanto más fuerte sea nuestra esperanza, más pura será nuestra caridad.

Las cosas por las que tenemos esperanza nos conducen a la fe, mientras que las cosas en las que tenemos esperanza nos conducen a la caridad. Las tres cualidades: fe, esperanza y caridad35, trabajan juntas fundadas en la verdad y en la luz del Evangelio restaurado de Jesucristo y nos guían para que abundemos en buenas obras36.

La esperanza de las experiencias personales

Cada vez que se realiza una esperanza, ésta crea confianza y nos guía a una esperanza mayor. Recuerdo varias ocasiones de mi vida en las que aprendí por mi propia experiencia el poder de la esperanza. Recuerdo muy bien los días de mi niñez rodeados de los horrores y de la desesperación de una guerra mundial, la falta de oportunidades de formación académica, los problemas de salud, de vida o muerte durante la juventud y las desalentadoras y desafiantes experiencias económicas como refugiado. El ejemplo de nuestra madre, aún en los peores momentos, de seguir adelante y de convertir la fe y la esperanza en acción, no sólo en preocupaciones o añoranzas, sostuvo a nuestra familia y a mí y nos dio la seguridad de que las circunstancias presentes darían paso a bendiciones futuras.

Por medio de estas experiencias sé que el Evangelio de Jesucristo y el ser miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días fortalecen la fe, ofrecen una esperanza radiante y guían hacia la caridad.

La esperanza nos sustenta durante la desesperanza. La esperanza nos enseña que hay un motivo para regocijarse aun cuando todo a nuestro alrededor parezca obscuro.

Junto con Jeremías, proclamo: “Bendito el varón… cuya confianza es Jehová”37.

Junto con Joel, testifico: “Jehová [es] la esperanza de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel”38.

Junto con Nefi, declaro: “[seguid] adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres… deleitándoos en la palabra de Cristo, y [si perseveráis] hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna”39.

Ésta es la calidad de esperanza que debemos atesorar y cultivar; esa esperanza madura viene por medio de nuestro Salvador Jesucristo porque “todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”40.

El Señor nos ha dado un mensaje alentador de esperanza: “No temáis, rebañito”41. Dios esperará “con los brazos abiertos para recibiros”42 a aquéllos que abandonen sus pecados y continúen con fe, esperanza y caridad.

A todos los que sufren, a todos aquellos que se sienten desalentados, preocupados y solos, les digo con amor y profunda preocupación: nunca cedan.

Nunca se den por vencidos.

Nunca permitan que la desesperanza se apodere de su espíritu.

Abracen y confíen en la Esperanza de Israel, porque el amor del Hijo de Dios penetra toda obscuridad, apacigua todo pesar y llena de alegría cada corazón.

De esto testifico y les dejo mi bendición en el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas:

1. Romanos 15:4.

2. Véase Salmos 146:5.

3. Proverbios 13:12.

4. Véase Moroni 8:26.

5. Véase Moroni 7:41.

6. Véase Colosenses 1:21–23.

7. Véase Romanos 15:13.

8. Véase Salmos 33:22.

9. Véase Romanos 12:12.

10. Véase Proverbios 10:28.

11. Véase 1 Tesalonicenses 5:8.

12. Véase Hebreos 11:1; Moroni 7:40.

13. Véase Hebreos 6:19; Éter 12:4.

14. Véase Éter 12:32; véase también Romanos 8:24.

15. 2 Nefi 2:11.

16. Véase Jeremías 17:13.

17. Romanos 8:24.

18. Véase D. y C. 59:23.

19. Alma 34:41.

20. 1 Pedro 1:3.

21. Véase Salmos 146:5.

22. Alma 34:41.

23. Véase Alma 11:45.

24. Véase 2 Nefi 2:6–10.

25. Véase Hebreos 5:9.

26. 1 Corintios 2:9.

27. D. y C. 90:24.

28. Véase Romanos 15:14.

29. Romanos 15:13.

30. Romanos 4:18.

31. Albert Camus, en John Bartlett, compilación, Familiar Quotations, decimoséptima edición, 2002, pág. 790.

32. Véase Éter 12:4.

33. Véase Moroni 7:42.

34. Hebreos 11:1.

35. Véase Moroni 10:20.

36. Véase Alma 7:24.

37. Jeremías 17:7.

38. Joel 3:16.

39. 2 Nefi 31:20.

40. 1 Juan 3:3.

41. D. y C. 6:34.

42. Véase Mormón 6:17.

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