Las historias de conversión de 4 predicadores que dieron todo para unirse a la iglesia

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Solomon Chamberlin

Solomon Chamberlin, un predicador que iba camino a Canadá, escuchó hablar de la “Biblia de oro” por primera vez de boca de una familia con la que se hospedó cerca de Palmyra. Al igual que Thomas Marsh, había ido de iglesia en iglesia a lo largo de su vida pero no se sentía satisfecho con lo que había visto. Algunas iglesias predicaban principios del Evangelio y creían en los dones espirituales, pero no tenían profetas de Dios ni Su sacerdocio. Solomon sentía que se aproximaba el tiempo en que el Señor establecería Su Iglesia.

Cuando la familia le habló a Solomon acerca de José Smith y las planchas de oro, se sintió electrizado de pies a cabeza, y tomó la determinación de encontrar a los Smith y averiguar más acerca del libro.

Se dirigió a la casa de la familia Smith y halló a Hyrum en la puerta. —La paz esté en esta casa —dijo Solomon.

—Espero que haya paz —respondió Hyrum.

—¿Hay alguien aquí que crea en visiones o revelaciones?

—Sí —contestó Hyrum—, todos en esta casa creemos en visiones.

Solomon le relató a Hyrum una visión que había visto hacía años. En ella, un ángel le había dicho que Dios no tenía una iglesia sobre la tierra pero que pronto establecería una que tendría el mismo poder que la iglesia de los apóstoles de antaño. Hyrum y el resto de la familia comprendieron lo que Solomon decía y le expresaron que compartían sus creencias.

—Desearía que compartieran conmigo algo de lo que han descubierto —expresó Solomon—. Creo que puedo aceptarlo.

Hyrum lo invitó a hospedarse en la granja de los Smith y le mostró el manuscrito del Libro de Mormón. Solomon lo estudió por dos días y acompañó a Hyrum a la imprenta de Grandin, donde uno de los impresores le entregó 64 páginas impresas. Con las páginas sin encuadernar en su poder, Solomon prosiguió su viaje a Canadá, predicando a lo largo del camino todo lo que sabía acerca de la nueva religión.

Parley P. Pratt

A cientos de kilómetros hacia el oeste, un granjero llamado Parley Pratt sintió que el Espíritu lo instaba a abandonar su hogar y su familia para predicar sobre las profecías y los dones espirituales que veía en la Biblia. Vendió su granja a pérdida y confió en que Dios lo bendeciría por haber dejado todo por Cristo.

Con tan solo algunas prendas de vestir y el dinero suficiente para hacer el viaje, él y su esposa, Thankful, abandonaron su hogar y se dirigieron al este para visitar a su familia antes de partir a predicar. Sin embargo, mientras viajaban por el canal, Parley se volvió hacia Thankful y le pidió que continuara sin él. Sintió que el Espíritu le mandaba a bajar del bote.

“Volveré pronto —le prometió—. Tengo una obra que realizar en esta región”.

Parley desembarcó y caminó dieciséis kilómetros por el campo, hasta encontrar la casa de un diácono bautista quien le contó acerca de un nuevo y extraño libro que había adquirido. Afirmaba ser un registro antiguo, dijo el hombre, traducido de planchas de oro con la ayuda de ángeles y visiones. El diácono no tenía el libro consigo, pero prometió mostrárselo a Parley al día siguiente.

A la mañana siguiente, Parley regresó a la casa del diácono. Abrió el libro ansiosamente y leyó la portada. Luego pasó a la parte posterior del libro y leyó los testimonios de varios testigos. Las palabras lo atrajeron y comenzó a leer el libro desde el principio. Las horas pasaban, pero él no podía dejar de leer. Comer y dormir le resultaban una carga. El Espíritu del Señor estaba sobre él, y supo que el libro era verdadero.

Parley se dirigió rápidamente al pueblo de Palmyra, que quedaba cerca, con la determinación de conocer al traductor del libro. Unos lugareños le indicaron cómo llegar a la granja, que estaba a pocos kilómetros por el camino. De camino, Parley vio a un hombre y le preguntó dónde podía encontrar a José Smith. El hombre le dijo que José vivía en Harmony, a unos ciento sesenta kilómetros al sur, pero se presentó como Hyrum Smith, hermano del Profeta.

Ellos conversaron hasta bien avanzada la noche, y Hyrum le testificó del Libro de Mormón, la restauración del sacerdocio y la obra del Señor en los últimos días. A la mañana siguiente, Parley tenía citas para predicar que deseaba cumplir, por lo que Hyrum le dio un ejemplar del libro y se despidieron.

En la siguiente oportunidad que tuvo, Parley retomó la lectura del libro y descubrió, para su alegría, que el Señor resucitado había visitado al pueblo de la antigua América y les había enseñado Su evangelio. Parley comprendió que el mensaje del libro era de más estima que todas las riquezas del mundo.

Cuando cumplió con sus citas de predicación, Parley regresó a la casa de la familia Smith. Hyrum lo recibió nuevamente y lo invitó a visitar la granja de la familia Whitmer, donde podría conocer a una creciente congregación de miembros de la Iglesia.

Deseoso de aprender más, Parley aceptó la invitación. Pocos días más tarde, él fue bautizado.

Rhoda y John Greene

Ese mismo verano, en un pueblo a dos días de camino de Fayette, Rhoda Greene encontró a Samuel Smith, el hermano del Profeta, en la puerta de su casa. Rhoda había conocido a Samuel anteriormente, en ese mismo año, cuando él dejó un ejemplar del Libro de Mormón en la casa de ella. Su esposo, John, era un predicador viajante de otra religión y pensaba que el libro era un disparate, pero había prometido llevarlo con él en su recorrido y recopilar los nombres de aquellos que estuvieran interesados en su mensaje.

Rhoda invitó a Samuel a entrar, y le dijo que nadie había mostrado interés en el Libro de Mormón hasta ese momento. “Tendrá que llevarse el libro —le dijo—. El señor Greene no parece querer comprarlo”.

Samuel tomó el Libro de Mormón y se volvía para marcharse cuando Rhoda mencionó que ella lo había leído y que le había gustado. Samuel hizo una pausa. “Le daré este libro —le dijo, devolviéndole el ejemplar—. “El Espíritu de Dios me prohíbe que me lo lleve”.

Rhoda se sintió profundamente emocionada al tomar de nuevo el libro. “Pídale a Dios que le dé un testimonio de la veracidad de la obra —dijo Samuel—, y sentirá una sensación de ardor en su pecho, la cual es el Espíritu de Dios”.

Más tarde, luego de volver su esposo a casa, Rhoda le contó acerca de la visita de Samuel. Al principio, John se mostró reacio a orar acerca del libro, pero Rhoda lo convenció de que confiara en la promesa de Samuel.

“Sé que no diría una mentira —dijo ella—. Si alguna vez hubo un buen hombre, él es uno de ellos”.

Rhoda y John oraron en cuanto al libro y recibieron un testimonio de su veracidad. Luego lo compartieron con sus familiares y vecinos, entre ellos el hermano menor de Rhoda, Brigham Young, y su amigo, Heber Kimball.

Sidney Rigdon

En el otoño, Sidney Rigdon, de treinta y ocho años, escuchó cortésmente mientras Parley Pratt y sus tres compañeros testificaban de un nuevo libro de Escrituras, el Libro de Mormón. Pero Sidney no estaba interesado. Durante años, él había exhortado a las personas de los alrededores del pueblo de Kirtland, Ohio, a leer la Biblia y regresar a los principios de la iglesia del Nuevo Testamento. La Biblia siempre había guiado su vida, dijo a los misioneros, y eso era suficiente.

—Usted trajo la verdad a mi vida —le recordó Parley a Sidney—. Ahora le pido, como amigo, que lea esto; por consideración a mí.

—No debe discutir conmigo sobre el tema — insistió Sidney—. Pero leeré su libro y veré qué efecto tiene en mi fe.

Parley le preguntó a Sidney si podían predicarle a su congregación. Aunque era escéptico de su mensaje, Sidney les dio permiso.

Luego que los misioneros se fueron, Sidney leyó partes del libro y descubrió que no podía desecharlo. Para cuando Parley y Oliver le predicaron a su congregación, él no tenía deseos de advertir a nadie en contra del libro. Cuando se levantó para hablar al final de la reunión, citó la Biblia.

“Examinadlo todo —dijo—, y retened lo bueno”.

Pero Sidney seguía sin saber qué hacer. Aceptar el Libro de Mormón significaría perder su empleo como pastor. Tenía una buena congregación, y le proporcionaban una vida cómoda a él, a su esposa Phebe y a sus seis hijos. Algunas personas de la congregación, incluso, estaban construyendo una casa para ellos31. ¿Podía realmente pedirle a su familia que se alejara de la comodidad de la que disfrutaban?

Sidney oró hasta que una sensación de paz descansó sobre él. Sabía que el Libro de Mormón era verdadero. “No me lo reveló carne ni sangre —exclamó—, sino mi Padre que está en los cielos”.

Sidney compartió sus sentimientos con Phebe. “Querida —le dijo—, una vez me seguiste hacia la pobreza. ¿Estás dispuesta a volver a hacer lo mismo?”.

“He considerado el precio” —respondió ella—. Es mi deseo hacer la voluntad de Dios, ya sea para vida o para muerte”.

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