El élder Bednar comparte una hermosa analogía sobre el arrepentimiento y el perdón

Aunque algunos pueden verlo como un castigo, el arrepentimiento en realidad es un don dado a través de la expiación de Jesucristo. Sin él, no podríamos regresar a la presencia de nuestro Padre Celestial y disfrutar plenamente de las bendiciones de la vida eterna.

Sin embargo, como inevitablemente pecamos y recurrimos al arrepentimiento, a veces nos preguntamos si hemos sido completamente perdonados. En una publicación de Facebook, el élder David A. Bednar ilustra cómo el arrepentimiento y el perdón funcionan a lo largo del tiempo y lo que se requiere de nosotros para que podamos ser perdonados por nuestros pecados.
Cada persona que haya cometido alguna vez un pecado, o sea, todos nosotros, puede que se pregunte si se ha arrepentido plenamente y ha sido perdonado. A veces, los miembros preguntan por qué recuerdan el pecado y el remordimiento.

Recientemente estuve en Mongolia y un joven adulto me hizo una pregunta acerca del arrepentimiento y el perdón. Yo usé dos botellas de agua para enseñarle una lección sobre esos principios vitales.

Invité a dos jóvenes adultos a que imaginaran que las botellas de agua estaban llenas, no de agua, sino de una arena oscura y sucia. Si introducimos un grano de arena, limpio y puro en un extremo, entonces se fuerza a un grano de arena oscuro a desplazarse al otro extremo. ¿Ha cambiado algo? Sí, pero no de una manera dramática ni fácil de ver. A medida que nos esforzamos de manera fiel y constante a eliminar la arena sucia, entonces, finalmente, el contenedor se llena solamente con arena limpia y pura. Y eso es similar a lo que pasa con nosotros y el recuerdo doloroso que tenemos de pecados pasados.

Cuando nos arrepentimos sinceramente, somos perdonados por el Señor y nos esforzamos en perdonarnos a nosotros mismos, entonces por medio de la expiación de Jesucristo, se quita la mancha del pecado y nuestros vestidos son blanqueados (Alma 5:21).

Que ustedes y yo vayamos a Cristo y nos arrepintamos con sinceridad de corazón. Ruego que, mediante la expiación del Salvador, procuremos tener las manos limpias y un corazón puro, para que podamos llegar a ser santos, sin mancha.

Fuente: www.ldsliving.com

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