Por Allen J. Christenson.
Traducido por Estrella La Font Díaz
Tradicionalmente, la mayoría de los antropólogos han aceptado la teoría de que los antepasados de todas las culturas nativas americanas existentes en el Nuevo Mundo proceden de migraciones a pie desde Asia ocurridas durante el pleistoceno; en este periodo, el nivel del mar estaba más bajo, de forma que ambos continentes se hallaban conectados por una estrecha franja de tierra denominada el Puente de Tierra de Bering. Pero, como demuestra una reseña aparecida en el Último número de BYU Studies 1, el trabajo del Dr. E. James Dixon, en Quest for the Origins of the First Americans [En busca de los orígenes de los primeros americanos], propone un desafío para este modelo tradicional 2.
Dixon es una destacada autoridad en la arqueología de la Beringia oriental, la cadena de islas que en otro tiempo formó el puente que conectaba Asia con lo que actualmente es la tierra de Alaska. Aunque nadie duda de la existencia de dicho puente, ni de su potencial como conducto para la migración humana, Dixon demuestra que éste no podía haber sido el único mecanismo para poblar las Américas. Presenta pruebas impresionantes y muy convincentes que sugieren que los primeros o al menos algunos de los primitivos habitantes de la Antigua América realmente llegaron en embarcaciones preparadas para el océano.
El estudio geológico y paleoecológico de la región de Beringia sugiere que no fue sino hasta más o menos el 9.500 a. C. cuando el Puente de Tierra de Bering se hizo transitable para las migraciones humanas por tierra. En consonancia con esta fecha, no existen pruebas documentadas de que hubiera habido asentamientos humanos en ningún lugar del pasadizo beringio hasta el 9.000 a.C. Sin embargo, hay amplia evidencia de ocupaciones previas a lo largo de las costas occidentales tanto de Norteamérica como Sudamérica cuya fecha es anterior a ésta en al menos dos o tres mil años y en algunos casos muchos miles de años más. Puesto que, al parecer, no había forma de cruzar por tierra en tan tempranas fechas, Dixon señala que estos asentamientos deben de haber sido fundados por pueblos marineros.
El hecho de que las costas del Pacifico en Asia se hallaban salpicadas de numerosos asentamientos está bien documentado. Dixon sugiere que poco antes del 12.000 a.C. el nivel del mar subió rápidamente debido a un abrupto calentamiento del clima, lo que hizo que el mar se tragara las comunidades de la costa del Pacífico asiático (algo así como un Waterworld del Pleistoceno). Esto podría haber provocado migraciones hacia el este, siguiendo las principales corrientes de agua, hasta el Nuevo Mundo. Para cuando el Puente de Tierra de Bering se hizo transitable, los descendientes de estos primeros viajeros ya se habían asentado en gran parte del la línea costera occidental de América del Norte y del Sur, e incluso se habían trasladado al interior en algunas áreas.
Desde hace tiempo, los eruditos Santos de los Ultimos Días han mostrado su interés por la cuestión de los viajes transoceánicos hacia el antiguo Nuevo Mundo 3, pero han encontrado poco apoyo entre los principales expertos. En una época, el propio Dixon recibió críticas de varios de sus colegas por sugerir la posibilidad de que se hubieran producido migraciones transoceánicas por lo que se le aconsejó que abandonara el tema si es que no quería perder su credibilidad profesional (p. 129). Dixon cree que la idea de la existencia de contactos transoceánicos precolombinos entre el Nuevo y el Viejo Mundo no tiene acogida a causa de la tendencia de algunos individuos que, ajenos al campo, van demasiado lejos en sus intentos por explicar todas las similitudes que existen entre las dos grandes regiones culturales, haciéndolo de manera indiscriminada sobre la base de su difusión a través de los océanos.
Pero los hallazgos fruto de la investigación y cuidadosamente presentados, como son los de Dixon (así como los de un creciente número de otros investigadores), dejan claro que antiguamente los humanos eran capaces de viajar largas distancias a través de los océanos para visitar o colonizar partes del Nuevo Mundo. Por extensión, es razonable concluir que las pequeñas colonias de jareditas, lehitas, y mulekitas también podrían haber realizado tales viajes.
NOTAS
1. 36/2 (1995-1996). Véase también el excelente tratamiento que realiza Stephen C. Jett sobre la cuestión de los contactos transoceánicos, disponible como reimpresión en el formulario de pedidos.
2. (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1993).
3. Véase John L. Sorenson y Martin H. Raish, Pre-Columbian Contacts with the Americas across the Oceans: An Annotated Bibliography (Provo: Research Press, 1990).
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